miércoles, 14 de diciembre de 2011

Alamar (2009), de Pedro González-Rubio

De vez en cuando, el cine nos recuerda que existe un modo diferente de vivir. En tiempos en que la mayoría de la población habita en las grandes ciudades, la decisión de residir en un ambiente natural es toda una declaración de principios y una poderosa inspiración para quienes desean adoptar un forma de vida más saludable.
Alamar, a mitad de camino entre la ficción y el documental, lo que ya debe ser todo un género, cuenta una historia simple: una pareja con un hijo se separa y antes de ir a vivir con su madre a Roma, el niño pasa unos días con su padre en el Caribe mexicano.
La película destaca la importancia de recuperar los vínculos originarios con la naturaleza y los padres, al retratar la rica experiencia de los miembros de una familia pertenecientes a tres generaciones distintas, compartiendo cotidianamente el oficio de la pesca, revalorizando la transmisión de conocimientos de padres a hijos.
Todo en Alamar transmite naturalidad, colaborando a tal efecto la proximidad con el escenario lograda por el director Pedro González-Rubio y la tarea realizada por los actores no profesionales.
Entre muchos momentos destacados que capturan el modo en que Jorge (Jorge Machado) se vincula con su hijo Natan (Natan Machado Palombini), son asombrosos aquellos que presentan a la garza Blanquita, en escenas raramente vistas por su sugerente contenido en favor de la necesaria integración del hombre con el medio silvestre.
Alamar obtuvo el merecido premio a la mejor película en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires 2010.
Se propone como objetivo sumar apoyo a la causa de declarar Patrimonio de la Humanidad a la biosfera de Banco Chinchorro, la segunda cadena de arrecifes de coral más grande del mundo, ubicada en la península de Yucatán.

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